La RAE pone los puntos sobre las íes

La Real Academia Española ha decidido hacer algunos cambios en la ortografía. Se eliminarán las tildes de palabras que tengan una sola acepción y algunas mayúsculas menguarán y pasarán a minúsculas, como por ejemplo el rey o el papa.
Mi pregunta es, y toda aquella gente que como norma general ya no ponía tildes jamás, ¿en realidad estaban más avanzados que el resto?

Os dejo con un maravilloso texto de Mónica Boixeda que creo que explica muy bien a los parajes donde nos aproximamos con estas nuevas normas...

La RAE planea publicar una reforma ortográfica con el fin de simplificar y unificar el lenguaje escrito, hecho que, sin duda, trae consigo la polémica.
Los posibles cambios giran en torno a la idea de que la palabra escrita debería ser una representación fidedigna de la pronunciada. De este modo, convendría eliminar algunas normas innecesarias que entorpecen el correcto aprendizaje de la lengua y sustituirlas por la transcripción de la oralidad a la escritura. Ello supondría la eliminación de varios grafemas que inducen a confusión, así como la erradicación definitiva de las tildes.
Es posible que una reforma de estas características contribuya a instaurar un lenguaje más lógico y sencillo y, al mismo tiempo, evite cualquier discriminación o humillación fruto de una mala ortografía. Son tantas las reglas y excepciones que rigen el sistema ortográfico español que aprender el idioma se ha convertido en una ardua tarea llena de obstáculos que incitan a la rendición.
Sin embargo, si bien es cierto que un cambio en la ortografía podría convertirse en la mejor arma para rescatar del analfabetismo a parte de la comunidad hispanohablante, cabe recordar que el actual sistema ortográfico está respaldado por una larga historia y se apoya en una tradición cultural que difícilmente podrá ser podada a gusto de todos.
En una sociedad que, cada vez más, persigue la comodidad en todos los sentidos, podría parecer lógico confeccionar una reforma que, en definitiva, pretende facilitar el aprendizaje de la lengua; ahora bien, tal vez sería el momento de plantearse hasta qué punto es aceptable sacrificar tradición e identidad con tal de ahorrar en esfuerzo y memoria. El actual ritmo de la sociedad ha fomentado una filosofía de vida basada en el aquí y ahora, en lo inmediato. En este contexto, cualquier resto de algo que requiera esfuerzo tenderá a ser eliminado; si hay que pensar demasiado, ya no interesa.
Este afán reformista no es nuevo pero quizá nunca había sido tan peligroso como puede serlo hoy, pues es probable que acabe por traducirse en un paso más hacia la ignorancia y la pereza que acechan al individuo moderno. Y en un futuro puede que, por fin, nadie cometa faltas de ortografía; habrá que preocuparse entonces por las faltas de sensatez y de criterio.

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